jueves, 21 de noviembre de 2013

En una Hoja

 Se encontraron en un café en el centro de una capital, no importa cuál, ni dónde, ni ellos lo sabían muy bien enrealidad. Lo importante es que se encontraban en su centro, ese mismo centro que ambos compartían y del cuál en el estruendo hacían gala. Se sentaron frente a frente, dos tazas de café de por medio y algunos sobrecitos de azúcar contemplaban la escena, épica, extraña... soñada.
 El la miro, se quedó mirándola atónito unos minutos. Ella le seguía el juego, sabía hacerlo, lo hizo siempre y también sabía como salir, escapar. Diana esbozaba una sonrisa dulce y burlona al mismo tiempo. Era una combinación perfecta en su cara blanca y sus rasgos sutiles... y sus ojos... siempre sus ojos..
 el los miraba incrédulo, esos ojos verdes que quizás no lo eran, pero que poco importaba mientras el los creyera así. Esos que reflejaban la esperanza, esos que reflejaban el sueño, el elixir, la paz, la libertad. 
 Y ahí estaban, viéndolo con esa dulzura y esa picarez inmensurable, que tanto lo torturaba y lo deleitaban al encontrarse y perderse de manera rutinaria. Trataba de retenerlos en la retina, por si se les ocurría correr otra vez, como habían hecho tantas veces, como habían hecho siempre. 
 El vapor seguía saliendo de sus tazas mientras las tomaban sin hablar, sin dejar de mirarse. Fue él (por supuesto) el que decidió dar fin al suspenso y decir la primer oración, esa que tenía contenida hace milenios en sus labios secos. "¿Adónde te fuiste?" le dijo de manera un tanto estrepitosa, con esa voz rara que aveces aparece cuando después de un largo rato de premeditación uno decide hablar en frío. 
 La pregunta no la tomó por sorpresa, desde luego, sabía que eso sería lo primero que diría desde que se sentaron en la mesa del café. Ahora su mirada y la silueta de su boca eran de completa dulzura, se la notaba apenada, se leía en el verde de sus ojos al hundirse el remordimiento y la opresión, la de la obligación de vivir en una caja donde nadie entró. Sus labios atinaron a emitir la primer frase y el ambiente se volvió brillo, al compás de su voz segura, delicada y angelical, hermosa como todo su ser, perdida como su alma. "Adónde no fuiste vos". Contestó. Certera, astuta y escurridiza, como siempre.
 "¿Y por qué te fuiste allá? Sabias que no iba a llegar a buscarte, te fuiste adonde no fui porque sabías que no iba a hacerlo" Replicó de manera instantánea y un tanto brusca. Tomó un sorbo de café de manera automática para excusar lo cortante de su frase. 
 Otra vez lo predecible. Diana miró hacia abajo, como no queriendo pensar y concretar lo que ya tanto había pensado y construido en actos. Levantó la mirada y volvió a clavar sus ojos en él. Finalmente contestó "Me fui adónde tenías que ir. Esperaba que aparecieras como esa promesa que levantas en el aire, pero no, no estabas, nunca apareciste".
 "te busqué" exclamó él, "te busqué y traté de llegar, y vos lo sabés, vos me viste varias veces y te desvaneciste. ¿Por qué te gusta tanto hacerme daño?" 
 En su rostro se dibujó una mueca de consternación y por primera vez levantó el tono de su voz "¿Realmente crees que me gusta hacerte daño? ¿no te das cuenta como gira todo esto Facu? No es fácil, nada de esto es fácil, si me pierdo así como aparezco es por el simple hecho de que nunca aparecí realmente. Hay un vidrio, hay un vidrio que no nos deja tocarnos en el medio de los mundos, que me obliga a correr y a escapar sin ser yo realmente, no soy yo la que aparece para no estar somos dos los perdidos en medio de una ilusión..."  la chica de los ojos verdes se tomó un segundo, se secó las lágrimas que no alcanzaron a salir y con voz triste y suave prosiguió "yo sé lo que has dado y te juro que siento culpa por no estar, pero estamos atados a la sombra y yo mas que vos, no sé si realmente pueda hacer algo en todo esto. Es por eso que me duele que digas que me gusta hacerte daño, porque soy incapaz de no hacerlo y lo siento como vos o más" miró para abajo y volvió a secarse los ojos.
 Él quedó callado, pensativo, no sabía realmente que responder, en su anticipación no había pensado mas que esas dos preguntas cuyas respuestas lo carcomían pero nunca pensó que lo dejarían tan atontado. "Perdón", le dijo mientras tanto. Y por fin dio lugar a la improvisación, mientras miraba la capital por la ventana. "No quería lastimarte, es que esto es demasiado... es mucho tiempo ¿sabés? y bueno, uno tiende a patear culpas, porque este dolor no me ha dejado en velo un segundo, no me deja te lo juro y las canciones ya no alcanzan" volvió a mirarla a los ojos que lo buscaban "de por sí que estemos acá ahora es irreal, de por si que estés acá dándome explicaciones es un alivio, pero irreal, distante.. es una hoja, es solo una hoja Diana. Y nosé cuanto tiempo mas, te juro que nosé. Te siento tan lejos cuando creo que estas cerca..."
 Diana soltó la tazita de café para agarrar suavemente su mano. Otra vez la dulzura se apoderó de su rostro hipnotizando el aire. Y el la vió y se perdió otra vez. "No te rindas" le dijo. "Por favor no me sueltes porque encontrarme va a depender de eso... que el vidrio no te engañe, que no te frustre. Vos sabés que para lo ideal lo simple no es habitué y esto es así my love, esto es siempre así. Prometeme que me vas a buscar".
 "Te lo juro" Respondió él, siendo ahora el de las lágrimas, aunque nunca dejó de serlo. 
 El momento duró ese instante. La luz se apoderó del café del centro de la capital que no importa. Quedaron agarrados de la mano y antes de que lo irreal se desvaneciera y la hoja llegara a su final él soltó las palabras eternas:

 "Te amo"  dijo antes de la lejanía. "Yo también" respondió ella en su amarga dulzura, y el verde de sus ojos se mezclo en un remolino con la luz, el aire y el resto de las cosas. Y él se fue aparte en esa misma fuerza despedazadora y se mezcló en la gente. Y se desvaneció el café y el centro y la capital.. y llegó el final de  la hoja.




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