martes, 17 de diciembre de 2013

Guerras, siempre guerras

 Hacía calor. Era una noche de verano de esas que no pasa nada y en que todavía la marea de gente se mezcla entre el trabajo y el ocio, sin ser una unanimidad.

 Había ruido, me taladraba y me crispaba la cabeza. Necesitaba aire, poder decirle basta a la guerra de mi cabeza que se volvía insoportable. Decidí salir afuera un rato.

Me quedé sentado en un escalón, contemplando toda la casa y el patio. Como buena noche de verano el ruido de un par de grillos y el olor al césped me acompañaban. Corría un poco de viento también, estaba bien porque hacia que el ambiente no estuviera tan pesado y alentaba a la cabeza a desplazarse sin quedarse clavada en algún lugar sofocante. Era uno de los lugares mas alejados y "abarcativos" por así decirlo de la totalidad de ese mini mundo, gigante por cierto. Y no digo el mas alejado porque estaría mintiendo, hay lugares mas alejados, pero poco útiles para el fin que tenía, uno no puede sentarse a pensar y a contemplar en medio de plantas y bichos.

 Al comienzo del proceso de auto rescate me preguntaron algo y contesté la verdad. A ella no le gustó y se puso a regar el césped. Al viento, el césped y los grillos se sumó un poco de música, un poco bastante. Era necesario para sumergirme y alejarme del ruido.

Un poco  yo también creo que estaba enojado, mas que enojado enrealidad decepcionado o triste... la había estado viendo a los ojos pidiendo ayuda y  ella me vió pero no me hizo caso y encima después me preguntó eso casi despreciando el motivo casi obvio por el que estaba sentado en el lugar casi mas alejado y abarcativo de todos. Pero de todas formas me seguí sumergiendo, estaba acostumbrado a hacerlo solo por mas que me hubiera encantado que fuera distinto.

Ella regaba el césped y yo la miraba, hablaba por teléfono, indistinta, alejada, como siempre. Otra vez me enoje o entristecí o lo que sea, estaba en guerra y ella no venía a sacarme, no me ayudaba a escapar. Caminaba con el agua de un lado a otro hablando por teléfono y yo solo seguía mirándola. Ella lo sabía, era obvio, pero me ignoraba. Me dolía, realmente me dolía, pero un poco empecé a comprender al pensar en mi guerra en que ella estaba inmersa en la suya también. Los ojos distantes, lo esquivo, la superficialidad automatizada en años previos a un pequeño semi despertar por la experiencia misma. Lo entendí, simplemente no podía hacer nada por mí, no podía hacer nada porque tampoco podía hacer nada por ella misma. Y sentado en el escalón seguí desmembrando la normalidad de las cabezas en un mundo poco normal, me acordé de lo que sabía mucho. Me acordé de los perdidos, de la inercia, de lo triste de la conformidad. Y la miré y me dio pena, y me sentí un tanto culpable, porque así como yo la necesitaba ella podía necesitarme a mí y así giraba de forma enfermiza la rueda. Y quizás algún día pudiera, por lo pronto el escalón representaba de forma inmejorable al don tortuoso. Me ayudaba a hacer lo que me había proveído, alejarme un poco, dar un paso al costado y mirar todo, así como si fuera la casa, el patio, el mini mundo gigante que siempre fue. Y en ese espacio difuso entre lo racional y lo emocional seguía mirándola ir de acá para allá, hablando por teléfono, ignorándome. Y seguía entendiendo y viendo como todo volvía a girar otra vez sobre lo mismo.

En algún momento se me acercó, no me miró a pesar de mi incisividad en el aire. Y como no estaba realmente en el lugar mas alejado pudo pasar atrás mio. Yo me di vuelta, quizás, un segundo, por ahí no, pero puedo haberlo hecho. Y de lo que si estoy seguro es de que mire otra vez para adelante, le di la espalda sintiéndome culpable. En otro momento terminó y volvió, yo ya estaba casi de vuelta en el centro de lo que debía y una sola palabra me dio pie:
 "Y?"  me dijo con cierto interés que me fue suficiente para no caer. "Nada" creo que le dije, seguramente lo hice. Porque era obvio que seguía sin entender, siempre hacía lo poco que podía y estaba bien, porque era así y siempre iba a estar bien y la quise y me levanté del escalón y me dijo un par de cosas mas, ya no estaba enojada, yo tampoco. El equilibrio del mini mundo gigante se había encontrado con su inestabilidad perpetua. Ella terminó de regar el césped  y entramos otra vez a la casa. Yo había vuelto en mí con mi guerra apaciguada gracias al don tortuoso. Ella, por su parte, entró a la casa con su guerra interminable, una vez mas, perdida con el viento de la noche de verano, esperando que la rescate.

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